(San) Lorenza

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Por alguna extraña coincidencia del destino me enteré de la existencia de esta gatita abandonada el mismo día que tuve que partir para siempre con mi querido compañero felino Charlie.


Una vecina me avisó por la mañana que una gata "moringa" rondaba los jardines de nuestros bloques. Por la tarde la vi, asomando asustada debajo de un seto: ojos color oro en una cara negra muy peluda… ¡un persa! …y ¡con collar!


Pasaban los días y parecía que se la había tragado la tierra… los días se convirtieron en semanas… hasta que apareció tendida en un rincón de donde apenas se movía. Alguien le había puesto agua y pienso; era imposible acercarse a más de 3 metros sin que escalara y desapareciera en los setos. Bajaba todas las noches para llevarle comida, pero tenazmente se escabullía en las sombras y sólo se aventuraba a comer cuando ya me había retirado…

 

Al poco quedaba patente que se movía cada día con más dificultad… Una gata casera de pelo largo, viviendo ya 2 meses en la calle y en pleno mes de agosto… seguro que se habían formado nudos y placas que limitaban su movilidad y comprometían su salud. Había que cogerla ¿pero cómo?

 

Entre varios amigos intentamos de acorralarla para que se metiera en un transportin como única vía de salida… y casi lo conseguimos. Pero en el último momento se escurrió de las manos que la habían aprisionado y desapareció en un parking subterráneo. Era viernes por la tarde y el fin de semana transcurría con expediciones al aparcamiento en intervalos regulares, tanto de día como de noche. El único indicio de que pudiera estar allí eran unos excrementos en la rampa del primer al segundo piso. Compramos una linterna y miré debajo de cientos de coches… nada… poco a poco la esperanza de encontrarla se fue apagando… cuando al salir el domingo por la tarde escuche un tenue 'miau' en mi cabeza. Seguro que eran imaginaciones mías, pero la amiga que me acompañaba, después de bromear, también lo escucho… otro 'miau' muy bajito y después… silencio. Dimos otra vuelta y dentro de una hora una tercera y una cuarta. Sin resultado.

 

Muy triste y desanimada subí, ya pasado las una de la madrugada, la rampa - y cómo por una intuición - me giré y vi desaparecer algo en un tubo de desagüe de apenas 10 cm. ¡Esto no era el rabo de una rata! ¡La había encontrado! Llamé a mi amiga que cogió el coche y traspuso los 14 km que nos separaban. Bajé un transportin y comida, pero no podía o no quería salir y tardamos otra hora en poder llevarla al hospital de urgencias. Ya de camino percibimos que algo estaba mal. Olía (puesto muy fino) como a podrido. 

 

Nada más ver al ver el estado en que se encontraba, nos aconsejaron  dormirla, pero ella nos miraba con unos ojos llenos de ganas de vivir

Lo que después descubrió la veterinaria de guardia superó toda nuestra imaginación: La gata entera era una maraña de pelo pegado con pus y otras secreciones, el collar se le había movido y cortado prácticamente a su brazo izquierdo, con una gran herida en carne viva e infectada por todo el perímetro axilar. Apenas pesaba 2 kg, estaba desnutrida y deshidratada y tenía un colmillo partido por la mitad. Esta noche y el día siguiente tuvo que quedarse ingresada, le pusieron suero y medicación, curaron la herida y fue rapada al cero.

  

El lunes por la noche la recogí y la instalé, en un transportín enorme de perros prestado, de cuarentena en mi cocina. Era la viva imagen de la miseria. Un saquito de pellejo y huesos al borde de la extenuación. Y encima prácticamente no podía comer ni dormir con el collar isabelino tan grande que le habían puesto. El día siguiente compré un collarín inflable y cuando realicé el cambio, su carita de pena se iluminó. Por fin podía descansar y comer.

 

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Las curas se convertían en un tira y afloja porque, aunque débil, no le hicieron ninguna gracia e intentaba morderme. Comía como una lima y poco a poco iba cogiendo confianza. No me quería vincular demasiado con ella porque ya convivía con 2 gatas en un piso pequeño y sólo pensaba tenerla en acogida hasta su curación. Pasaba un mes y todo parecía ir bien… hasta que una mañana la vi en una postura curiosa, con toda su cara aplastada contra el suelo, como 'adorando la Meca'.

 

 

Primero me reía, pero al no variar su postura durante todo el día consulté por la noche a la veterinaria. Estaba mal. Tenía un absceso muy profundo - aún no detectado- , probablemente producido por la hebilla del collar. Fueron 3 semanas de visitas diarias al veterinario para pincharle antibióticos porque no toleraba las pastillas.


Después de esto y de enterarme mientras tanto que se había perdido sólo unas casas más para allá, pero su 'familia' en vez de buscarla decidió irse de vacaciones, resolví probar suerte y presentarla a mis gatas.


Fue censada, operada de una incipiente piometra, le sacaron el diente roto y descubrieron, en una ecografía, quistes renales que requieren un control trimestral.


Lorenza, como la nombramos (la noche de su rescate fue la noche de las lluvias de estrellas de San Lorenzo) hoy forma parte de nuestras vidas y me sorprende cada día con su forma de ser tan diferente, enseñándome desechar ideas preconcebidas referente a los felinos. Tiene sus ideas propias acerca de ser acariciada y aseada, de cómo usar el arenero o interactuar con las otras gatas.


Al principio me costaba (nunca había convivido con un gato persa), hasta que mi amiga me brindó la solución con la genial frase: 'No la veas como un gato, ve la simplemente como La Lorenza.' Y ya está.

 

El 17 de enero 2016 perdimos la lucha junto a ella contra la traicionera enfermedad poliquística renal (PKD), resultado de cría irresponsable. Después de un fulminante empeoramiento lo único que nos quedó fue ahorrarle más sufrimiento y ayudarle a trascender en paz y rodeada de amor.

DEP 'Fussele' - espéranos al otro lado del arco iris.

 

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